Struthio camelus es el nombre científico del
avestruz, el ave más grande y pesada del mundo, que puede llegar hasta los
tres metros de estatura y a los 180 kilogramos de peso. Ese es un dato verídico
que tal vez muchos conozcan. Otro dato muy extendido sobre el avestruz es su
irrefrenable impulso de esconder la cabeza bajo tierra al enfrentar algún
peligro. Este no es más que un mito falso e injustificado, pero a
pesar de eso, son muchos quienes genuinamente creen tal especie.
Sin embargo, para cualquier
persona medianamente pensante, sería sospechosa la idea de que un ser
vivo, cualquiera que este sea, pudiera recurrir a semejante estrategia
defensiva. Esconder la cabeza bajo tierra ante un depredador o ante la
competencia sería una conducta absurda que, sin duda, ya habría llevado al
avestruz directo a la extensión y hoy en día cualquier otra ave detentaría su
sitial de honor entre los datos de la cultura general.
La realidad es que los
avestruces recurren a las técnicas defensivas más comunes en la naturaleza, que
son las más comunes por ser las más lógicas, precisamente: esconderse (bajar la
cabeza a ras de suelo y mimetizarse con el monte no es lo mismo que soterrar la
cabeza), huir (son de las mejores corredoras de la naturaleza) o atacar (las
mismas piernas que le dan gran velocidad, son capaces de propinar fortísimos
golpes que pueden ser mortales). En ningún caso, sin embargo, el
avestruz recurre a ese ensimismamiento de enterrar la cabeza, como si aislarle
del exterior hiciere mágicamente desaparecer los peligros. En efecto, exponer
el cuerpo mientras se oculta solo la sien haría del avestruz de las presas más
fáciles de la naturaleza, pues cualquier depredador podría acercarse a ella
y atacarla con extrema facilidad, que en su negacionismo absurdo, el avestruz
ni siquiera se daría cuenta de la asechanza del peligro. Seguramente, muchas especies
sí han existido con estrategias así de absurdas a lo largo de la larguísima y
caótica historia de la vida sobre la Tierra, pero precisamente por recurrir a
tan incoherentes métodos de supervivencia, hoy en día ya no pululan por los
confines del mundo los animales que ante un león cierren los ojos, o antes los
gritos de un águila se tapen los oídos para no escuchar sus amenazas.
Extrañamente, estos absurdos
métodos sí que se ven entre los seres humanos. Todos hemos visto a más de uno
por allí que, antes sus problemas, no hace más que girar la cabeza hacia otro
lado, actuando como si sus problemas no existieran, negándolos antes
terceros que los señalen o sonriendo ilusamente ante los descalabros, seguros
de que todo saldrá bien, no porque estén haciendo algo para que todo salga
bien, sino porque todo saldrá bien… y listo.
Nos parecen penosas y
ridículas esas personas y no podemos hacer más que contemplarlas con lástima,
pues siempre las vemos hundirse cada vez más profundamente en el pantano de
negaciones que consumen su vida sin remedio. Aun así, la mayoría de las veces
es poco lo que terceros podemos hacer para salvarlas de tanta negación, pues
cada quien decide asumir la estrategia que crea más conveniente ante los retos.
La situación se vuelve más peliaguda, sin embargo, cuando se trata de
instituciones las que asumen esa indefendible postura. Cuando esta institución
es una universidad, todas las alarmas tienen que saltar, pues estas se suponen
depositarias de ciertos valores y principios que guiarán a los ciudadanos hacia
senderos inequívocamente certeros, coherentes y lógicos, y cuando sus
actuaciones son inciertas, incoherentes e irracionales, quien confía en los
saberes de las artes, las ciencias, las técnicas y la disciplina como norte, no
puede sino sentirse defraudado, desorientado, perdido en medio de la confusión
y completamente desprotegido ante los peligros de un mundo que tienden hacia el
desorden más absoluto.
Desde hace casi veinte años
(y hasta más), Venezuela sufre un proceso de declive general definitivo, que de
distintas formas ha desencadenado en la actual situación, agudizada luego de
más de cien días en los que el país atraviesa un doloroso y difícil trance, y
en medio de esta coyuntura el gobierno se inventó una Asamblea Nacional
Constituyente que se pretende convertir en una especie de coco, ese fabuloso ser
comeniños que amenaza a los pequeños rebeldes que se niegan obedecer la orden
de su padres para que se duerman: «porque viene el coco y te comerá». La ANC
es, entonces, un lamentable y burdo asustaniños que se utiliza con el mismo fin
de manipular a los infantes: «duérmanse, mis niños, que viene la ANC y se los
comerá». La verdad, la ANC no es más que un elemento bastante burdo y mal
montado que poca o nula mella ha hecho en la determinación de quienes protestan
en las calles, aunque ha crispado los nervios a muchos de quienes permanecían
más o menos indiferentes a la situación, partidarios del gobierno inclusive.
Todo este enrevesado panorama
ha servido para que las instituciones, una vez más, se pongan a prueba en lo
más importante: su poder de convocatoria ética y moral. La universidad, como
institución, ha estado a la vanguardia y a la altura de la situación, no
obstante los reducidos espacios a los que ha sido confinada en la Venezuela de
la Revolución Bonita (¡Qué lejos y olvidada ha quedado aquella advocación de la
«revolución» chavista! Ya ni sus menguados seguidores parecen ver lo bonito en
ella y han hecho desaparecer discretamente aquella ya antigua alocución). A
pesar de esa reducción, la universidad (la tradicional, aquella en las que se
piensa cuando se nombra tan superior palabra) aparece constantemente en todos
los estudios de opinión como una de las instituciones con mayor credibilidad del
país y una de sus principales referencias éticas. Esto se demostró con el plebiscito
del 16 de julio, organizado y auditado por el conjunto de las principales
universidades de Venezuela; es tal su peso y prestigio en el imaginario
colectivo que hasta los grupos más radicales e irracionales de la oposición
venezolana, que esperaban un resultado absolutamente irrisorio e imposible (se
llegó a hablar en algún momento de hasta once millones de votos o más) tuvieron
que aceptar la cifra final de aproximadamente siente millones seiscientos mil votos.
Algunos llegaron a sugerir que los partidos de la MUD habían decidido anunciar
menos votos a los realmente obtenidos para complacer al gobierno de cara a
alguna oscura negociación, pero otras voces, muy certeramente, recordaron quién
había sido el árbitro. «¿Acaso creen que los rectores de las universidades se
iban a prestar para lo que dices?». Ante eso, todo el mundo hizo silencio y terminó por
aceptar el número. Tal es la imagen intachable con la que la mayoría ve a la ―verdadera― universidad venezolana.
Sin embargo, una cosa es la Universidad
como concepto institucional y otra muy distinta es la universidad como estructura
organizativa individual. En Venezuela, todos lo sabemos, hay muchas
universidades nominales, pero en lo absoluto son universidades reales. Mucho me
temo que la Universidad Rafael Urdaneta (URU), institución en la que he trabajo
desde hace varios años, si ya no es de lleno una universidad puramente nominal,
está balanceándose cínica y peligrosamente justo al borde del despreciable abismo
en el que nacieron la mayoría de los parapetos seudouniversitarios creados en
los últimos años por un gobierno que no encuentra manera de arrastrar a las
verdaderas universidades hacia su lado de la historia.
Defraudado, desorientado,
perdido en medio de la confusión y completamente desprotegido ante los peligros
del incoherente mundo que quiere imponer el gobierno, así me sentí ante la intempestiva,
arbitraria e inexplicable decisión de la URU de adelantar el período vacacional
de mediados de año justo en uno de los momentos más críticos de la historia reciente
de Venezuela, cuando un gobierno a todas luces y ya abiertamente dictatorial y
criminal amenaza más que nunca con desmontar lo que queda de la muy maltrecha estructura
republicana del país.
Ensimismada en la negación
más absoluta, la URU ha demostrado una actitud incoherente con el papel que le
corresponde como institución con trascendencia en el imaginario colectivo,
particularmente en el occidente del país, en donde hace vida. Desde aquel
desgraciado tuit en el que con particular desparpajo y hasta desprecio
desmiente que Luis Vera fuera ―para el momento de su muerte― estudiante de esta casa de estudio, la URU mostró una actitud
completamente contraria a lo que se espera de una universidad, de las de
verdad. En el mencionado tuit, es más que obvio el interés de la URU por
desentenderse de la cada vez más crítica situación extramuros, y habiéndose
convertido la muerte de Vera en un asunto que produjo conmoción en la ciudad y
el país, resultó incómodo, aparentemente, que se le relacionara con una crisis
que ya sospechábamos quienes estábamos intramuros, la URU no parecía estar muy
dispuesta a aceptar. A partir de allí, la mitad de los estudiantes asistían a
clases en un ambiente crecientemente tenso, denso, espeso y tremendamente
extraño, como si todos nos hubiéramos perdido en una nave espacial que fue
lanzada sin rumbo a una deriva infinita y cada vez más oscura. Esto era así
porque la otra mitad de los estudiantes estaba a la puerta de la universidad,
recibiendo las arremetidas de las fuerzas de orden público, reclamando sus
derechos frente un gobierno cada vez más impresentable e indefendible La URU,
sin embargo, intentaba mantener una rutinaria normalidad y eso era,
precisamente, la fuente de toda la irrespirable densidad que se sentía en el
aire de aquella nave a la deriva.
«¿Y cómo van a ser la
evaluaciones si no está viniendo casi gente, profe?», «¿Y qué vamos a hacer los
que vivimos fuera de la ciudad?», «Me cuesta mucho llegar hasta acá con tantas
trancas, profe», «¿Cómo puede haber flexibilización de evaluaciones si no
anuncian una reprogramación de la fecha de finalización del semestre, profe?
¿Nos van a pasar a todos sin habernos evaluado o qué? Es la única forma». Uno
sonreía ante los muchachos y solo podía responder alguna tontería tipo: «Ya
veremos cómo hacemos». La verdad, es que pararme frente a un auditorio de
estudiantes a decir tonterías nunca ha sido de mi agrado, aunque seguramente en
alguna oportunidad he dicho alguna tontería inadvertida por mí. Eso es muy
distinto, sin embargo, a decir tonterías que intentan justificar el absurdo
para amainar el lógico descontento de aquellos que asistían a clases,
preocupados por el devenir de su situación académica en medio de toda la
incertidumbre nacional, mientras la mitad de sus compañeros se batían en el
asfalto contra la dictadura.
Luego de aquello, la gota
final que colmó la paciencia de más de uno: la serie de suspensiones a ciertos
estudiantes reconocidos como los líderes de la protesta en la universidad. ¿Por
qué las suspensiones? Las explicaciones a esto fueron múltiples (explicaciones de
pasillo, hay que aclarar, ya que oficialmente jamás se dio una razón pública de
aquello, pues los procedimientos disciplinarios, dice la URU, no discutirlos públicamente,
así se apliquen en una circunstancia tan extraordinariamente pública como los
son las protestas antigubernamentales que actualmente se desarrollan en el
país). Que si los estudiantes en cuestión eran agentes de los partidos
políticos de oposición dentro de la universidad, como si pertenecer y defender
la postura de un partido político fuera un delito; que si exponían a la
universidad a cualquier daño ocasionado por la situación caótica de la calle,
como si a ellos se les pudiera culpabilizar por la represión y el uso
desproporcionado y absurdo de la fuerza por parte de los cuerpos de seguridad
del Estado; que si perturbaban la tranquilidad del recinto universitario y
entorpecían las actividades académicas dentro
de la universidad, como si la situación general del país y las horas de cola
que muchos estudiantes y profesores tenemos que hacer para adquirir alimentos,
gasolina o cualquier otro bien, no fueran la verdadera perturbación a la
tranquilidad del recinto universitario. Al final, por supuesto, prevaleció
entre muchos la idea que parecía la más obvia de todas: la URU se cierra a la
realidad, cierra los ojos ante el león, se tapa los oídos ante el grito de las
águilas… entierra la cabeza ante la amenaza. Hasta en algunos medios de
comunicación prevaleció esta idea. Por supuesto, las mismas justificaciones de
siempre: ese medio no tiene prestigio, a esa periodista nadie la conoce y nadie
le cree, tergiversan la realidad, inventan, quieren hacer de dominio público
cuestiones eminentemente privadas. La verdad es que lo que llegó a los medios
no era en absoluto distinto a lo que corría por pasillos de la propia universidad.
Lógicamente, muchos de los
estudiantes voltearon sus cañones hacia un nuevo enemigo, ya no al gobierno
nacional, ya no a la deshonrada Guardia Nacional, ya no la policía regional…
Ahora el enemigo es la misma URU. La nueva protesta ya no sería en la avenida
El Milagro, sino en la mismísima plaza frente al rectorado, y el nombre del
presidente sería sustituido por el del rector. Ambos, sin embargo, serían
acusados de lo mismo: arbitrariedad, abuso e irrespeto a los derechos
fundamentales de las personas. Y suspensión tras suspensión, se evitó la
anunciada protesta intramuros con la intempestiva llegada de las «vacaciones».
Desde que la URU cerrara sus
puertas (oficialmente el 06 de julio, en la práctica desde varios días antes),
el país ha empeorado ―¡y mucho!―, y ahora las protestas no son como las de ese entonces. Cada vez más expuestas
a la respuesta absurdamente violenta por parte de los cuerpos de seguridad, las
protestas se han hecho también más masivas, más atrevidas y más
incontrolablemente viscerales, tanto que más de un vocero de la MUD ha tenido
que llamar la atención ante estos escenarios que tienden a la lucha caótica. La
protesta ha evolucionado rápidamente, desplazándose hacia nuevo derroteros
mucho más peligrosos e impredecibles, amenazando con convertirse en un monstruo
devorador y sanguinario. Diez días después del cierre, el 16 de julio, la
protesta se hizo general luego del plebiscito. Hoy es 26 de julio, han pasado veinte
días desde el cierre de las puertas de la URU y se cumple el primer día de dos
de paro cívico nacional. Hoy hay muchas más muertes que hace veinte días. ¿Cómo
estará el país el 06 de agosto, un mes después del cierre de la URU, fecha
estimada de la reapertura de puertas? Por cómo van las cosas, es absolutamente
imposible predecir qué será de nuestro país para ese entonces, y eso que
hablamos de tan solo diez días hacia el futuro. ¿Habrá constituyente? ¿Habrá
protesta cívica o guerra civil? ¿Habrá embargo a las propiedades petroleras
venezolanas en el extranjero? ¿Habrá presidente o no? ¿Habrá universidades? ¿Habrá
un solo paquete de harina disponible para el consumo de treinta millones de
habitantes de este país?
En el caso de una hipotética
reapertura, que cada vez parece más deslucida e improbable ante el caos
creciente, no habrá cambiado, sin embargo, el trazo amargo que ha dejado la
mezquina actuación reciente de la URU. Y si lo hecho antes del cierre
vacacional no fuera suficiente, luego de este, ante el plebiscito del 16 de
julio, hemos visto como las autoridades de la URU no han participado como garantes
regionales en tan histórico evento, pero sí lo han hecho las autoridades de
todas las demás casas de estudio verdaderamente trascendentales de la región:
LUZ, URBE, UNICA y UJGH. Sabiendo que URU, con sus ya más de 40 años, fue
históricamente la segunda universidad en la región en ser una verdadera
alternativa a la centenaria LUZ, resulta completamente inexplicable su ausencia
en esta comisión, rebasada por otras instituciones con muchísimo menor
recorrido histórico. La cabeza se entierra más y más profundo, aparentemente.
La Universidad Rafael
Urdaneta fue fundada en 1973, ya en democracia, y desde su nacimiento no había
enfrentado los entuertos, dictaduras y caprichos del poder que mucho antes
habían tenido que enfrentar las universidades históricas del país (UCV, ULA,
LUZ y UC), pero toda institución, tarde o temprano, debe enfrentarse a los retos
que le impone la historia. En esas horas menguadas, las supuestas instituciones
deben demostrar que realmente merecen la deferencia que se tiene para con
ellas. Metafóricamente, una universidad se gradúa de universidad cuando la
historia le otorga ese título, y la historia tiene tan magnánimo gesto con esas
instituciones porque estas demuestran ser lo que tienen que ser: depositarias de ciertos valores y principios
que guían a los ciudadanos hacia senderos inequívocamente certeros, coherentes y
lógicos, y demuestran con ello tener poder
de convocatoria ética y moral. En este momento tan difícil que atraviesa la
nación, la URU ha evidenciado más que nunca sus propias contradicciones, sus
minusvalías se presentan ahora desnudas ante su propia comunidad y su
oportunidad de coronarse como una verdadera universidad se desvanece.
En su negacionismo obstinado,
en su ensimismamiento absurdo, en su interés meramente enclaustrante, la URU se
denuncia a sí misma como la antítesis de la razón, enemiga, por tanto, de toda
ciencia, arte, técnica y disciplina, y por eso, precisamente, la URU declara
creer y dar por cierta la absurda estrategia del avestruz mitológico que
soterra su cabeza ante el peligro. Las evidencias y la lógica demuestran por
qué ese avestruz imaginario sucumbe ante el avestruz real; demuestra que ninguna
entidad destinada a la vida puede realmente aislarse de la realidad sin pagar las
consecuencias, en este caso, con la propia vida. Y no, no soy dramático ni
exagerado. La URU pretende regresar de estas convenientes vacaciones durante el
mes de agosto, pero nada puede garantizar que para ese momento quede alguna
república en la que una institución como la universidad pueda tener cabida.
Tan antigua, y luego de haber
sido la primera universidad en tener una escuela de Ciencias Políticas en la
ciudad de Maracaibo, la URU se muestra hoy día como una colosal pérdida de
tiempo, pues obviamente no sabe cómo ser una universidad en los momentos en los
que es más importante que las universidades actúen como tal, en vez de
comportarse como escuelitas infantiles para cuidar a niños crecidos que aún son
sobreprotegidos por sus padres y representantes. Universidades muchísimo más
jóvenes, como la Universidad José Gregorio Hernández, fundada apenas en 2003 ―ya en los comienzos del autoritarismo chavista―, han decidido actuar con mucho más tino, de forma más lógica y más acorde a las exigencia que hace la historia
para con ellas si de verdad quiere ser reconocida por el imaginario colectivo
como una verdadera universidad. Seguramente, esta universidad, que no conozco
personalmente, salvo por su novedad, tendrá sus problemas internos, como todas,
pero al menos parece ser una avestruz, aún joven, aún débil, pero con la cabeza
en alto, mirando de frente al león que la amenaza. A su lado, un avestruz mucho
más viejo y fuerte, ha decidido enterrar su cabeza, tratando de imaginarse un
mundo sin leones. Es posible que al final, ambas aves terminen muertas al
triunfar el león, pero si antes de ello me preguntaran cuál creo que tiene más
probabilidades de seguir existiendo el día de mañana, me decantaría por la más
pequeña, débil y joven, pero que, obviamente, tiene verdaderas ganas de vivir un
futuro para convertirse, al final, en un verdadero avestruz.