miércoles, 26 de julio de 2017

El curioso caso de la universidad que se creyó avestruz


Struthio camelus es el nombre científico del avestruz, el ave más grande y pesada del mundo, que puede llegar hasta los tres metros de estatura y a los 180 kilogramos de peso. Ese es un dato verídico que tal vez muchos conozcan. Otro dato muy extendido sobre el avestruz es su irrefrenable impulso de esconder la cabeza bajo tierra al enfrentar algún peligro. Este no es más que un mito falso e injustificado, pero a pesar de eso, son muchos quienes genuinamente creen tal especie.


     Sin embargo, para cualquier persona medianamente pensante, sería sospechosa la idea de que un ser vivo, cualquiera que este sea, pudiera recurrir a semejante estrategia defensiva. Esconder la cabeza bajo tierra ante un depredador o ante la competencia sería una conducta absurda que, sin duda, ya habría llevado al avestruz directo a la extensión y hoy en día cualquier otra ave detentaría su sitial de honor entre los datos de la cultura general. 

     La realidad es que los avestruces recurren a las técnicas defensivas más comunes en la naturaleza, que son las más comunes por ser las más lógicas, precisamente: esconderse (bajar la cabeza a ras de suelo y mimetizarse con el monte no es lo mismo que soterrar la cabeza), huir (son de las mejores corredoras de la naturaleza) o atacar (las mismas piernas que le dan gran velocidad, son capaces de propinar fortísimos golpes que pueden ser mortales). En ningún caso, sin embargo, el avestruz recurre a ese ensimismamiento de enterrar la cabeza, como si aislarle del exterior hiciere mágicamente desaparecer los peligros. En efecto, exponer el cuerpo mientras se oculta solo la sien haría del avestruz de las presas más fáciles de la naturaleza, pues cualquier depredador podría acercarse a ella y atacarla con extrema facilidad, que en su negacionismo absurdo, el avestruz ni siquiera se daría cuenta de la asechanza del peligro. Seguramente, muchas especies sí han existido con estrategias así de absurdas a lo largo de la larguísima y caótica historia de la vida sobre la Tierra, pero precisamente por recurrir a tan incoherentes métodos de supervivencia, hoy en día ya no pululan por los confines del mundo los animales que ante un león cierren los ojos, o antes los gritos de un águila se tapen los oídos para no escuchar sus amenazas.

     Extrañamente, estos absurdos métodos sí que se ven entre los seres humanos. Todos hemos visto a más de uno por allí que, antes sus problemas, no hace más que girar la cabeza hacia otro lado, actuando como si sus problemas no existieran, negándolos antes terceros que los señalen o sonriendo ilusamente ante los descalabros, seguros de que todo saldrá bien, no porque estén haciendo algo para que todo salga bien, sino porque todo saldrá bien… y listo.

     Nos parecen penosas y ridículas esas personas y no podemos hacer más que contemplarlas con lástima, pues siempre las vemos hundirse cada vez más profundamente en el pantano de negaciones que consumen su vida sin remedio. Aun así, la mayoría de las veces es poco lo que terceros podemos hacer para salvarlas de tanta negación, pues cada quien decide asumir la estrategia que crea más conveniente ante los retos. La situación se vuelve más peliaguda, sin embargo, cuando se trata de instituciones las que asumen esa indefendible postura. Cuando esta institución es una universidad, todas las alarmas tienen que saltar, pues estas se suponen depositarias de ciertos valores y principios que guiarán a los ciudadanos hacia senderos inequívocamente certeros, coherentes y lógicos, y cuando sus actuaciones son inciertas, incoherentes e irracionales, quien confía en los saberes de las artes, las ciencias, las técnicas y la disciplina como norte, no puede sino sentirse defraudado, desorientado, perdido en medio de la confusión y completamente desprotegido ante los peligros de un mundo que tienden hacia el desorden más absoluto.

     Desde hace casi veinte años (y hasta más), Venezuela sufre un proceso de declive general definitivo, que de distintas formas ha desencadenado en la actual situación, agudizada luego de más de cien días en los que el país atraviesa un doloroso y difícil trance, y en medio de esta coyuntura el gobierno se inventó una Asamblea Nacional Constituyente que se pretende convertir en una especie de coco, ese fabuloso ser comeniños que amenaza a los pequeños rebeldes que se niegan obedecer la orden de su padres para que se duerman: «porque viene el coco y te comerá». La ANC es, entonces, un lamentable y burdo asustaniños que se utiliza con el mismo fin de manipular a los infantes: «duérmanse, mis niños, que viene la ANC y se los comerá». La verdad, la ANC no es más que un elemento bastante burdo y mal montado que poca o nula mella ha hecho en la determinación de quienes protestan en las calles, aunque ha crispado los nervios a muchos de quienes permanecían más o menos indiferentes a la situación, partidarios del gobierno inclusive.

     Todo este enrevesado panorama ha servido para que las instituciones, una vez más, se pongan a prueba en lo más importante: su poder de convocatoria ética y moral. La universidad, como institución, ha estado a la vanguardia y a la altura de la situación, no obstante los reducidos espacios a los que ha sido confinada en la Venezuela de la Revolución Bonita (¡Qué lejos y olvidada ha quedado aquella advocación de la «revolución» chavista! Ya ni sus menguados seguidores parecen ver lo bonito en ella y han hecho desaparecer discretamente aquella ya antigua alocución). A pesar de esa reducción, la universidad (la tradicional, aquella en las que se piensa cuando se nombra tan superior palabra) aparece constantemente en todos los estudios de opinión como una de las instituciones con mayor credibilidad del país y una de sus principales referencias éticas. Esto se demostró con el plebiscito del 16 de julio, organizado y auditado por el conjunto de las principales universidades de Venezuela; es tal su peso y prestigio en el imaginario colectivo que hasta los grupos más radicales e irracionales de la oposición venezolana, que esperaban un resultado absolutamente irrisorio e imposible (se llegó a hablar en algún momento de hasta once millones de votos o más) tuvieron que aceptar la cifra final de aproximadamente siente millones seiscientos mil votos. Algunos llegaron a sugerir que los partidos de la MUD habían decidido anunciar menos votos a los realmente obtenidos para complacer al gobierno de cara a alguna oscura negociación, pero otras voces, muy certeramente, recordaron quién había sido el árbitro. «¿Acaso creen que los rectores de las universidades se iban a prestar para lo que dices?». Ante eso, todo el mundo hizo silencio y terminó por aceptar el número. Tal es la imagen intachable con la que la mayoría ve a la verdadera universidad venezolana.

     Sin embargo, una cosa es la Universidad como concepto institucional y otra muy distinta es la universidad como estructura organizativa individual. En Venezuela, todos lo sabemos, hay muchas universidades nominales, pero en lo absoluto son universidades reales. Mucho me temo que la Universidad Rafael Urdaneta (URU), institución en la que he trabajo desde hace varios años, si ya no es de lleno una universidad puramente nominal, está balanceándose cínica y peligrosamente justo al borde del despreciable abismo en el que nacieron la mayoría de los parapetos seudouniversitarios creados en los últimos años por un gobierno que no encuentra manera de arrastrar a las verdaderas universidades hacia su lado de la historia. 

     Defraudado, desorientado, perdido en medio de la confusión y completamente desprotegido ante los peligros del incoherente mundo que quiere imponer el gobierno, así me sentí ante la intempestiva, arbitraria e inexplicable decisión de la URU de adelantar el período vacacional de mediados de año justo en uno de los momentos más críticos de la historia reciente de Venezuela, cuando un gobierno a todas luces y ya abiertamente dictatorial y criminal amenaza más que nunca con desmontar lo que queda de la muy maltrecha estructura republicana del país.

     Ensimismada en la negación más absoluta, la URU ha demostrado una actitud incoherente con el papel que le corresponde como institución con trascendencia en el imaginario colectivo, particularmente en el occidente del país, en donde hace vida. Desde aquel desgraciado tuit en el que con particular desparpajo y hasta desprecio desmiente que Luis Vera fuera para el momento de su muerte estudiante de esta casa de estudio, la URU mostró una actitud completamente contraria a lo que se espera de una universidad, de las de verdad. En el mencionado tuit, es más que obvio el interés de la URU por desentenderse de la cada vez más crítica situación extramuros, y habiéndose convertido la muerte de Vera en un asunto que produjo conmoción en la ciudad y el país, resultó incómodo, aparentemente, que se le relacionara con una crisis que ya sospechábamos quienes estábamos intramuros, la URU no parecía estar muy dispuesta a aceptar. A partir de allí, la mitad de los estudiantes asistían a clases en un ambiente crecientemente tenso, denso, espeso y tremendamente extraño, como si todos nos hubiéramos perdido en una nave espacial que fue lanzada sin rumbo a una deriva infinita y cada vez más oscura. Esto era así porque la otra mitad de los estudiantes estaba a la puerta de la universidad, recibiendo las arremetidas de las fuerzas de orden público, reclamando sus derechos frente un gobierno cada vez más impresentable e indefendible La URU, sin embargo, intentaba mantener una rutinaria normalidad y eso era, precisamente, la fuente de toda la irrespirable densidad que se sentía en el aire de aquella nave a la deriva. 

     «¿Y cómo van a ser la evaluaciones si no está viniendo casi gente, profe?», «¿Y qué vamos a hacer los que vivimos fuera de la ciudad?», «Me cuesta mucho llegar hasta acá con tantas trancas, profe», «¿Cómo puede haber flexibilización de evaluaciones si no anuncian una reprogramación de la fecha de finalización del semestre, profe? ¿Nos van a pasar a todos sin habernos evaluado o qué? Es la única forma». Uno sonreía ante los muchachos y solo podía responder alguna tontería tipo: «Ya veremos cómo hacemos». La verdad, es que pararme frente a un auditorio de estudiantes a decir tonterías nunca ha sido de mi agrado, aunque seguramente en alguna oportunidad he dicho alguna tontería inadvertida por mí. Eso es muy distinto, sin embargo, a decir tonterías que intentan justificar el absurdo para amainar el lógico descontento de aquellos que asistían a clases, preocupados por el devenir de su situación académica en medio de toda la incertidumbre nacional, mientras la mitad de sus compañeros se batían en el asfalto contra la dictadura.

     Luego de aquello, la gota final que colmó la paciencia de más de uno: la serie de suspensiones a ciertos estudiantes reconocidos como los líderes de la protesta en la universidad. ¿Por qué las suspensiones? Las explicaciones a esto fueron múltiples (explicaciones de pasillo, hay que aclarar, ya que oficialmente jamás se dio una razón pública de aquello, pues los procedimientos disciplinarios, dice la URU, no discutirlos públicamente, así se apliquen en una circunstancia tan extraordinariamente pública como los son las protestas antigubernamentales que actualmente se desarrollan en el país). Que si los estudiantes en cuestión eran agentes de los partidos políticos de oposición dentro de la universidad, como si pertenecer y defender la postura de un partido político fuera un delito; que si exponían a la universidad a cualquier daño ocasionado por la situación caótica de la calle, como si a ellos se les pudiera culpabilizar por la represión y el uso desproporcionado y absurdo de la fuerza por parte de los cuerpos de seguridad del Estado; que si perturbaban la tranquilidad del recinto universitario y entorpecían las actividades  académicas dentro de la universidad, como si la situación general del país y las horas de cola que muchos estudiantes y profesores tenemos que hacer para adquirir alimentos, gasolina o cualquier otro bien, no fueran la verdadera perturbación a la tranquilidad del recinto universitario. Al final, por supuesto, prevaleció entre muchos la idea que parecía la más obvia de todas: la URU se cierra a la realidad, cierra los ojos ante el león, se tapa los oídos ante el grito de las águilas… entierra la cabeza ante la amenaza. Hasta en algunos medios de comunicación prevaleció esta idea. Por supuesto, las mismas justificaciones de siempre: ese medio no tiene prestigio, a esa periodista nadie la conoce y nadie le cree, tergiversan la realidad, inventan, quieren hacer de dominio público cuestiones eminentemente privadas. La verdad es que lo que llegó a los medios no era en absoluto distinto a lo que corría por pasillos de la propia universidad.

     Lógicamente, muchos de los estudiantes voltearon sus cañones hacia un nuevo enemigo, ya no al gobierno nacional, ya no a la deshonrada Guardia Nacional, ya no la policía regional… Ahora el enemigo es la misma URU. La nueva protesta ya no sería en la avenida El Milagro, sino en la mismísima plaza frente al rectorado, y el nombre del presidente sería sustituido por el del rector. Ambos, sin embargo, serían acusados de lo mismo: arbitrariedad, abuso e irrespeto a los derechos fundamentales de las personas. Y suspensión tras suspensión, se evitó la anunciada protesta intramuros con la intempestiva llegada de las «vacaciones».

     Desde que la URU cerrara sus puertas (oficialmente el 06 de julio, en la práctica desde varios días antes), el país ha empeorado ¡y mucho!, y ahora las protestas no son como las de ese entonces. Cada vez más expuestas a la respuesta absurdamente violenta por parte de los cuerpos de seguridad, las protestas se han hecho también más masivas, más atrevidas y más incontrolablemente viscerales, tanto que más de un vocero de la MUD ha tenido que llamar la atención ante estos escenarios que tienden a la lucha caótica. La protesta ha evolucionado rápidamente, desplazándose hacia nuevo derroteros mucho más peligrosos e impredecibles, amenazando con convertirse en un monstruo devorador y sanguinario. Diez días después del cierre, el 16 de julio, la protesta se hizo general luego del plebiscito. Hoy es 26 de julio, han pasado veinte días desde el cierre de las puertas de la URU y se cumple el primer día de dos de paro cívico nacional. Hoy hay muchas más muertes que hace veinte días. ¿Cómo estará el país el 06 de agosto, un mes después del cierre de la URU, fecha estimada de la reapertura de puertas? Por cómo van las cosas, es absolutamente imposible predecir qué será de nuestro país para ese entonces, y eso que hablamos de tan solo diez días hacia el futuro. ¿Habrá constituyente? ¿Habrá protesta cívica o guerra civil? ¿Habrá embargo a las propiedades petroleras venezolanas en el extranjero? ¿Habrá presidente o no? ¿Habrá universidades? ¿Habrá un solo paquete de harina disponible para el consumo de treinta millones de habitantes de este país?

     En el caso de una hipotética reapertura, que cada vez parece más deslucida e improbable ante el caos creciente, no habrá cambiado, sin embargo, el trazo amargo que ha dejado la mezquina actuación reciente de la URU. Y si lo hecho antes del cierre vacacional no fuera suficiente, luego de este, ante el plebiscito del 16 de julio, hemos visto como las autoridades de la URU no han participado como garantes regionales en tan histórico evento, pero sí lo han hecho las autoridades de todas las demás casas de estudio verdaderamente trascendentales de la región: LUZ, URBE, UNICA y UJGH. Sabiendo que URU, con sus ya más de 40 años, fue históricamente la segunda universidad en la región en ser una verdadera alternativa a la centenaria LUZ, resulta completamente inexplicable su ausencia en esta comisión, rebasada por otras instituciones con muchísimo menor recorrido histórico. La cabeza se entierra más y más profundo, aparentemente.

     La Universidad Rafael Urdaneta fue fundada en 1973, ya en democracia, y desde su nacimiento no había enfrentado los entuertos, dictaduras y caprichos del poder que mucho antes habían tenido que enfrentar las universidades históricas del país (UCV, ULA, LUZ y UC), pero toda institución, tarde o temprano, debe enfrentarse a los retos que le impone la historia. En esas horas menguadas, las supuestas instituciones deben demostrar que realmente merecen la deferencia que se tiene para con ellas. Metafóricamente, una universidad se gradúa de universidad cuando la historia le otorga ese título, y la historia tiene tan magnánimo gesto con esas instituciones porque estas demuestran ser lo que tienen que ser: depositarias de ciertos valores y principios que guían a los ciudadanos hacia senderos inequívocamente certeros, coherentes y lógicos, y demuestran con ello tener poder de convocatoria ética y moral. En este momento tan difícil que atraviesa la nación, la URU ha evidenciado más que nunca sus propias contradicciones, sus minusvalías se presentan ahora desnudas ante su propia comunidad y su oportunidad de coronarse como una verdadera universidad se desvanece.

     En su negacionismo obstinado, en su ensimismamiento absurdo, en su interés meramente enclaustrante, la URU se denuncia a sí misma como la antítesis de la razón, enemiga, por tanto, de toda ciencia, arte, técnica y disciplina, y por eso, precisamente, la URU declara creer y dar por cierta la absurda estrategia del avestruz mitológico que soterra su cabeza ante el peligro. Las evidencias y la lógica demuestran por qué ese avestruz imaginario sucumbe ante el avestruz real; demuestra que ninguna entidad destinada a la vida puede realmente aislarse de la realidad sin pagar las consecuencias, en este caso, con la propia vida. Y no, no soy dramático ni exagerado. La URU pretende regresar de estas convenientes vacaciones durante el mes de agosto, pero nada puede garantizar que para ese momento quede alguna república en la que una institución como la universidad pueda tener cabida.

     Tan antigua, y luego de haber sido la primera universidad en tener una escuela de Ciencias Políticas en la ciudad de Maracaibo, la URU se muestra hoy día como una colosal pérdida de tiempo, pues obviamente no sabe cómo ser una universidad en los momentos en los que es más importante que las universidades actúen como tal, en vez de comportarse como escuelitas infantiles para cuidar a niños crecidos que aún son sobreprotegidos por sus padres y representantes. Universidades muchísimo más jóvenes, como la Universidad José Gregorio Hernández, fundada apenas en 2003 ya en los comienzos del autoritarismo chavista, han decidido actuar con mucho más tino, de forma más lógica y más acorde a las exigencia que hace la historia para con ellas si de verdad quiere ser reconocida por el imaginario colectivo como una verdadera universidad. Seguramente, esta universidad, que no conozco personalmente, salvo por su novedad, tendrá sus problemas internos, como todas, pero al menos parece ser una avestruz, aún joven, aún débil, pero con la cabeza en alto, mirando de frente al león que la amenaza. A su lado, un avestruz mucho más viejo y fuerte, ha decidido enterrar su cabeza, tratando de imaginarse un mundo sin leones. Es posible que al final, ambas aves terminen muertas al triunfar el león, pero si antes de ello me preguntaran cuál creo que tiene más probabilidades de seguir existiendo el día de mañana, me decantaría por la más pequeña, débil y joven, pero que, obviamente, tiene verdaderas ganas de vivir un futuro para convertirse, al final, en un verdadero avestruz.