*Este que presento a continuación es el prefacio de Seis cartas malvadas, un compendio de textos epistolares que, aunque tocan temáticas distintas, tienen en común su perspectiva malvada sobre sus respectivos temas. Puedes descargar el libro completo en formato PDF suscribiéndote mi lista de correos. Recibirás un mensaje de bienvenida y en él encontrarás un enlace para descargar esta pequeña obra, que es un regalo que te hago en agradecimiento por tu suscripción. Espero que lo disfrutes y comentes sobre ella.
Imagen de Leandro De Carvalho en Pixabay |
Estimado lector,
Esta pequeña obra frente a ti es
un compendio de seis prácticas que he realizado a lo largo de algunos años y
que han tenido por finalidad explorar el formato epistolar. Está conformada por
cartas dirigidas a distintos destinatarios, aunque ninguno de ellos es una
persona o personaje concreto, sino que están dirigidas a arquetipos o a ideas.
Cada carta tiene una temática y estilo
propio, pero todas tienen en común el espíritu fundamentalmente malvado que las
domina. La verdad, escribir sobre la maldad a través de cartas me ha ayudado como
escritor a explorar la psicología de los malvados, pues si algo caracteriza una
misiva es que para desarrollarla es necesario no solo tener una idea de cómo es
el personaje que la escribe, sino entrar en su papel, volverse uno el malvado y
plasmar en el texto aquello que piensa esa persona despreciable (o en un inicio
despreciable).
No puedo decir que estas cartas me han
ayudado a entender la psicología de los malvados, pero al menos me han ayudado
a entender algunas cosas, como que los malvados nunca saben que son malvados, y
si lo saben deben asumir una actitud cínica ante este hecho. Ahora que lo
pienso, no sé si afirmar que los malvados «no saben que son malvados» sea lo
correcto, pues la maldad no es una cuestión que se sabe, sino que se determina
desde el exterior (es malvado quien la gente señala como tal) tanto como desde
el interior (soy malvado cuando acepto esa maldad). Visto así, la maldad es
problemática, porque desde el punto de vista de quien hace o dice cosas malas,
lo que dice está bien y por lo tanto considera justo, necesario y hermoso.
Creo que por tal motivo esos personajes
malvados que se ven en las telenovelas latinoamericanas o los soup operas
estadounidenses resultan tan ridículos, pues nadie malvado en la realidad actúa
de forma tan descarada en su día a día. Así pues, todas las maldades vienen
disfrazadas: de justicia, de amor, de piedad… Muy pocas veces los malos son
abierta y absolutamente malos sin más. Justo por eso personas como Adolfo
Hitler e Ilse Koch, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, Osama Bin Laden, Iván el
Terrible o Shirō Ishii son una rareza por su comportamiento descaradamente
repulsivo, pérfido y antihumano, y eso es lo que los hace personajes
extraordinarios (despreciablemente extraordinarios, cabe aclarar). Pocos seres
humanos llegan a bajezas de tal naturaleza, y de allí el necesario disfraz de
sus maldades.
Tan problemático como lo anteriormente
dicho es que los malvados declaran como justificadas sus acciones corruptas y
degradantes, justamente porque como no pueden aceptar la maldad propia,
confeccionan un disfraz de tal calidad que ellos mismos se lo creen. Esto,
entonces, significa que los malos ni siquiera pueden descubrir su propia
maldad, que está perfectamente entretejida en la estructura moral que guía sus
pasos por el mundo.
El último problema al que me han dirigido
estos escritos es el de la necesaria proyección de la maldad en el otro. El
malvado disfraza su propia maldad de moral y a partir de ese pensamiento
disfrazado puede proyectar sus viciosos pensamientos en quien se convierta en
blanco de sus señalamientos, y sobre ese pobre recae toda la «justicia»
proveniente de esa verdad incuestionable. Ahora me pregunto, ¿qué ser humano
sobre la faz de este mundo no actúa a partir de exactamente esa filosofía? ¿Qué
persona no está dispuesta a defender su postura porque la cree justificada y
por lo tanto esta se acerca más que ninguna otra a la verdad y a la justicia?
La maldad, según dicen, es un error del pensamiento, pero a estas alturas me
pregunto si la bondad no lo es también. Creo que hoy pienso que las dos cosas,
bondad y maldad, son productos inextricables del pensamiento, y cada quien está
plenamente seguro de que todo lo que piensa es la verdad, y por lo tanto es
bueno y bello, pero la bondad puede ser real o un vestido elaborado.
La bondad, además, tiene la capacidad de
convertirse en maldad con demasiada facilidad, y los sistemas ideológicos que
dominan el mundo hoy son una muestra clara de ello. No hay socialista o liberal
que no defienda las bondades del sistema que expone, y en efecto, objetivamente
puede haber verdades y bondades en lo que defiende, pero tan fácil como
aparecen esas bondades y verdades, aparecen las maldades que la historia ha
dejado registradas en la luctuosa y larga lista de las víctimas de las
ideologías. Millones han perecido bajo el mandato de las buenas intensiones de
los iluminados, que según sus defensores jamás serían capaces de ninguna
maldad, y terminaron con sesenta millones de muertos en la China comunista o
con los campos de concentración de japoneses en los Estados Unidos, centro y
núcleo del «mundo libre», durante la Segunda Guerra Mundial.
Yo mismo sé que (en algún momento) he sido
malo, y no sé si eso significa que soy malo. Lo que sí sé es que muchas veces
en las que he intentado ser bueno o que he pensado en ser bueno, aparece el
pensamiento paralelo que me conmina a la maldad, porque ambas opciones son
igualmente válidas y posibles (a veces necesarias) para la vida, y sé
perfectamente que eso le ocurre a todo el mundo, así todos nos veamos en la
postura hipócrita de declarar que no, que no somos malvados jamás, o que
estamos dispuestos a luchar contra la maldad siempre. ¿Estamos seguros de eso?
Soy arquitecto de profesión, y durante varios años he ejercido como profesor
universitario y he ayudado a mis estudiantes a sacar adelante sus tesis de
grado. Hace unos meses, una alumna cuya tesis es el diseño de un albergue para
perros abandonados me presentó una encuesta que realizaría entre los habitantes
de la ciudad de Puebla, en la que resido desde hace casi un año. Las preguntas
debían estar dirigidas a conocer la opinión de los poblanos sobre diferentes
aspectos relativos al tema y uno de ellos era qué tan dispuestos estarían a
apoyar un proyecto con esas características, tomando en cuenta que el régimen
de propiedad del edificio y la institución sería público. Por supuesto, la
inexperiencia de la estudiante la llevó a redactar una pregunta del tipo: ¿está
usted de acuerdo con un albergue para el rescate de los perros abandonados en
las calles de la ciudad de Puebla? Tuve que decirle, con sinceridad, que la
respuesta que iba a obtener a dicha pregunta era obvia: cerca del cien por
ciento de los encuestados dirían que estaban de acuerdo o muy de acuerdo,
porque hay que ser bien sádico (como los nombrados previamente) para decir
directamente que no a una pregunta planteada de esa forma. «Ana», le dije,
«tienes que “tenderle una trampa” al encuestado». ¿Qué le quise decir con eso?
Le expliqué que al encuestado había que ponerlo en una disyuntiva, que había
que poner la felicidad del perro en contraste con otras necesidades de la
ciudad y propias, en una lista de urgencias urbanas, como arreglar las calles
dañadas, mejorar el servicio de agua potable, construir más parques… Presentado
así, ¿qué prioridad tendrían los perros abandonados para el encuestado?
La maldad es un factor que siempre está
allí, aunque no lo queramos aceptar, porque yo te pregunto, estimado lector, si
tú tuvieras que elegir entre arreglar la maltrecha calle frente a tu casa que
tanto daño le hace a los neumáticos y amortiguadores de tu carro o rescatar a
los perros abandonados de tu ciudad, ¿qué elegirías? Aquí en Puebla hace frío
en invierno, y yo sé muy bien que los perros callejeros en diciembre tratan de
inventarse un refugio cálido en las noches para protegerse de las temperaturas
de cero grados que no volverán a subir a diez sino hasta bien avanzada la tarde
y si tienen suerte, puede que llegue a los quince a las tres de la tarde, justo
antes de que el sol desaparezca y las temperaturas se precipiten nuevamente al
fondo del termómetro. Los perros callejeros sufren, y sufren mucho. Pero… ¿y
mis neumáticos? ¿y mis amortiguadores? Otra vez, ten en cuenta que el perro
sufre, tu carro no… Pero, los neumáticos están tan caros…
Allí está la maldad. Todos podemos ser
malos alguna vez, algunos tenemos que serlo muchas veces, en contadas
oportunidades puede que nos guste un poco alguna cosa mala que hacemos… o puede
que nos guste mucho. A veces, puede ser que seamos sistemáticamente malos
cuando se trata de un tema, una persona o una situación dada, pero como es una
maldad sistematizada se nos hace perfectamente lógica y justa, y por eso yo
no soy un mal padre, lo que soy es disciplinar, o a los pobres es mejor
tenerlos alejados porque después se ponen confianzudos, o tal vez yo
respeto a los homosexuales, pero la naturaleza es la naturaleza…
Podrás argumentar que eso no es maldad,
sino egoísmo, pero es que justamente el egoísmo ha sido desde siempre el germen
de la maldad, según mi visión. Los malos son lo que son porque están
desbordados por un sentimiento egoísta que los prepara para lograr lo que
desean a costa de lo que sea. El mundo nos da señas contradictorias, porque por
un lado nos dice que luchemos por nuestros sueños y que debemos hacer todo para
alcanzarlos. ¿Hacer todo, dicen? Te pregunto, ¿qué sueño no requiere
sacrificio?, y cuando hablo de sacrificio no hablo de trabajo y esfuerzo, sino
de la necesidad de asumir actitudes malvadas. ¿Quieres ser cantante? Tendrás
que abandonar amistades, decepcionar a tus padres, luchar contra tu
competencia… y destruirla, si está a tu alcance, ¿o no lo harías? No es nada
personal, dirán algunos, pero según yo lo veo, ese no es más que otro de los
tantos disfraces que se le pone a ese impulso maléfico que hay dentro de todos
nosotros, porque ¿cómo que no es personal, si todos somos personas todo el
tiempo y en todas las circunstancias, y si estás destruyendo mis sueños y mis
aspiraciones para hacer prevalecer las tuyas? No hay forma de que tu humillación
no sea personal para mí. Sin embargo, cuando nos toque estar en la posición del
vencedor, nos diremos «hice lo que tenía que hacer» y seguiremos adelante con
nuestra vida, y a pesar de eso no seremos malos, jamás, porque todos somos muy
buenos, siempre.
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