miércoles, 3 de julio de 2019

Seis cartas malvadas (prefacio)*


*Este que presento a continuación es el prefacio de Seis cartas malvadas, un compendio de textos epistolares que, aunque tocan temáticas distintas, tienen en común su perspectiva malvada sobre sus respectivos temas. Puedes descargar el libro completo en formato PDF suscribiéndote mi lista de correos. Recibirás un mensaje de bienvenida y en él encontrarás un enlace para descargar esta pequeña obra, que es un regalo que te hago en agradecimiento por tu suscripción. Espero que lo disfrutes y comentes sobre ella.

Imagen de Leandro De Carvalho en Pixabay



Estimado lector,
Esta pequeña obra frente a ti es un compendio de seis prácticas que he realizado a lo largo de algunos años y que han tenido por finalidad explorar el formato epistolar. Está conformada por cartas dirigidas a distintos destinatarios, aunque ninguno de ellos es una persona o personaje concreto, sino que están dirigidas a arquetipos o a ideas.

Cada carta tiene una temática y estilo propio, pero todas tienen en común el espíritu fundamentalmente malvado que las domina. La verdad, escribir sobre la maldad a través de cartas me ha ayudado como escritor a explorar la psicología de los malvados, pues si algo caracteriza una misiva es que para desarrollarla es necesario no solo tener una idea de cómo es el personaje que la escribe, sino entrar en su papel, volverse uno el malvado y plasmar en el texto aquello que piensa esa persona despreciable (o en un inicio despreciable).

No puedo decir que estas cartas me han ayudado a entender la psicología de los malvados, pero al menos me han ayudado a entender algunas cosas, como que los malvados nunca saben que son malvados, y si lo saben deben asumir una actitud cínica ante este hecho. Ahora que lo pienso, no sé si afirmar que los malvados «no saben que son malvados» sea lo correcto, pues la maldad no es una cuestión que se sabe, sino que se determina desde el exterior (es malvado quien la gente señala como tal) tanto como desde el interior (soy malvado cuando acepto esa maldad). Visto así, la maldad es problemática, porque desde el punto de vista de quien hace o dice cosas malas, lo que dice está bien y por lo tanto considera justo, necesario y hermoso.

Creo que por tal motivo esos personajes malvados que se ven en las telenovelas latinoamericanas o los soup operas estadounidenses resultan tan ridículos, pues nadie malvado en la realidad actúa de forma tan descarada en su día a día. Así pues, todas las maldades vienen disfrazadas: de justicia, de amor, de piedad… Muy pocas veces los malos son abierta y absolutamente malos sin más. Justo por eso personas como Adolfo Hitler e Ilse Koch, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, Osama Bin Laden, Iván el Terrible o Shirō Ishii son una rareza por su comportamiento descaradamente repulsivo, pérfido y antihumano, y eso es lo que los hace personajes extraordinarios (despreciablemente extraordinarios, cabe aclarar). Pocos seres humanos llegan a bajezas de tal naturaleza, y de allí el necesario disfraz de sus maldades.

Tan problemático como lo anteriormente dicho es que los malvados declaran como justificadas sus acciones corruptas y degradantes, justamente porque como no pueden aceptar la maldad propia, confeccionan un disfraz de tal calidad que ellos mismos se lo creen. Esto, entonces, significa que los malos ni siquiera pueden descubrir su propia maldad, que está perfectamente entretejida en la estructura moral que guía sus pasos por el mundo.

El último problema al que me han dirigido estos escritos es el de la necesaria proyección de la maldad en el otro. El malvado disfraza su propia maldad de moral y a partir de ese pensamiento disfrazado puede proyectar sus viciosos pensamientos en quien se convierta en blanco de sus señalamientos, y sobre ese pobre recae toda la «justicia» proveniente de esa verdad incuestionable. Ahora me pregunto, ¿qué ser humano sobre la faz de este mundo no actúa a partir de exactamente esa filosofía? ¿Qué persona no está dispuesta a defender su postura porque la cree justificada y por lo tanto esta se acerca más que ninguna otra a la verdad y a la justicia? La maldad, según dicen, es un error del pensamiento, pero a estas alturas me pregunto si la bondad no lo es también. Creo que hoy pienso que las dos cosas, bondad y maldad, son productos inextricables del pensamiento, y cada quien está plenamente seguro de que todo lo que piensa es la verdad, y por lo tanto es bueno y bello, pero la bondad puede ser real o un vestido elaborado.
La bondad, además, tiene la capacidad de convertirse en maldad con demasiada facilidad, y los sistemas ideológicos que dominan el mundo hoy son una muestra clara de ello. No hay socialista o liberal que no defienda las bondades del sistema que expone, y en efecto, objetivamente puede haber verdades y bondades en lo que defiende, pero tan fácil como aparecen esas bondades y verdades, aparecen las maldades que la historia ha dejado registradas en la luctuosa y larga lista de las víctimas de las ideologías. Millones han perecido bajo el mandato de las buenas intensiones de los iluminados, que según sus defensores jamás serían capaces de ninguna maldad, y terminaron con sesenta millones de muertos en la China comunista o con los campos de concentración de japoneses en los Estados Unidos, centro y núcleo del «mundo libre», durante la Segunda Guerra Mundial.

Yo mismo sé que (en algún momento) he sido malo, y no sé si eso significa que soy malo. Lo que sí sé es que muchas veces en las que he intentado ser bueno o que he pensado en ser bueno, aparece el pensamiento paralelo que me conmina a la maldad, porque ambas opciones son igualmente válidas y posibles (a veces necesarias) para la vida, y sé perfectamente que eso le ocurre a todo el mundo, así todos nos veamos en la postura hipócrita de declarar que no, que no somos malvados jamás, o que estamos dispuestos a luchar contra la maldad siempre. ¿Estamos seguros de eso? Soy arquitecto de profesión, y durante varios años he ejercido como profesor universitario y he ayudado a mis estudiantes a sacar adelante sus tesis de grado. Hace unos meses, una alumna cuya tesis es el diseño de un albergue para perros abandonados me presentó una encuesta que realizaría entre los habitantes de la ciudad de Puebla, en la que resido desde hace casi un año. Las preguntas debían estar dirigidas a conocer la opinión de los poblanos sobre diferentes aspectos relativos al tema y uno de ellos era qué tan dispuestos estarían a apoyar un proyecto con esas características, tomando en cuenta que el régimen de propiedad del edificio y la institución sería público. Por supuesto, la inexperiencia de la estudiante la llevó a redactar una pregunta del tipo: ¿está usted de acuerdo con un albergue para el rescate de los perros abandonados en las calles de la ciudad de Puebla? Tuve que decirle, con sinceridad, que la respuesta que iba a obtener a dicha pregunta era obvia: cerca del cien por ciento de los encuestados dirían que estaban de acuerdo o muy de acuerdo, porque hay que ser bien sádico (como los nombrados previamente) para decir directamente que no a una pregunta planteada de esa forma. «Ana», le dije, «tienes que “tenderle una trampa” al encuestado». ¿Qué le quise decir con eso? Le expliqué que al encuestado había que ponerlo en una disyuntiva, que había que poner la felicidad del perro en contraste con otras necesidades de la ciudad y propias, en una lista de urgencias urbanas, como arreglar las calles dañadas, mejorar el servicio de agua potable, construir más parques… Presentado así, ¿qué prioridad tendrían los perros abandonados para el encuestado?

La maldad es un factor que siempre está allí, aunque no lo queramos aceptar, porque yo te pregunto, estimado lector, si tú tuvieras que elegir entre arreglar la maltrecha calle frente a tu casa que tanto daño le hace a los neumáticos y amortiguadores de tu carro o rescatar a los perros abandonados de tu ciudad, ¿qué elegirías? Aquí en Puebla hace frío en invierno, y yo sé muy bien que los perros callejeros en diciembre tratan de inventarse un refugio cálido en las noches para protegerse de las temperaturas de cero grados que no volverán a subir a diez sino hasta bien avanzada la tarde y si tienen suerte, puede que llegue a los quince a las tres de la tarde, justo antes de que el sol desaparezca y las temperaturas se precipiten nuevamente al fondo del termómetro. Los perros callejeros sufren, y sufren mucho. Pero… ¿y mis neumáticos? ¿y mis amortiguadores? Otra vez, ten en cuenta que el perro sufre, tu carro no… Pero, los neumáticos están tan caros…

Allí está la maldad. Todos podemos ser malos alguna vez, algunos tenemos que serlo muchas veces, en contadas oportunidades puede que nos guste un poco alguna cosa mala que hacemos… o puede que nos guste mucho. A veces, puede ser que seamos sistemáticamente malos cuando se trata de un tema, una persona o una situación dada, pero como es una maldad sistematizada se nos hace perfectamente lógica y justa, y por eso yo no soy un mal padre, lo que soy es disciplinar, o a los pobres es mejor tenerlos alejados porque después se ponen confianzudos, o tal vez yo respeto a los homosexuales, pero la naturaleza es la naturaleza

Podrás argumentar que eso no es maldad, sino egoísmo, pero es que justamente el egoísmo ha sido desde siempre el germen de la maldad, según mi visión. Los malos son lo que son porque están desbordados por un sentimiento egoísta que los prepara para lograr lo que desean a costa de lo que sea. El mundo nos da señas contradictorias, porque por un lado nos dice que luchemos por nuestros sueños y que debemos hacer todo para alcanzarlos. ¿Hacer todo, dicen? Te pregunto, ¿qué sueño no requiere sacrificio?, y cuando hablo de sacrificio no hablo de trabajo y esfuerzo, sino de la necesidad de asumir actitudes malvadas. ¿Quieres ser cantante? Tendrás que abandonar amistades, decepcionar a tus padres, luchar contra tu competencia… y destruirla, si está a tu alcance, ¿o no lo harías? No es nada personal, dirán algunos, pero según yo lo veo, ese no es más que otro de los tantos disfraces que se le pone a ese impulso maléfico que hay dentro de todos nosotros, porque ¿cómo que no es personal, si todos somos personas todo el tiempo y en todas las circunstancias, y si estás destruyendo mis sueños y mis aspiraciones para hacer prevalecer las tuyas? No hay forma de que tu humillación no sea personal para mí. Sin embargo, cuando nos toque estar en la posición del vencedor, nos diremos «hice lo que tenía que hacer» y seguiremos adelante con nuestra vida, y a pesar de eso no seremos malos, jamás, porque todos somos muy buenos, siempre.

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