jueves, 27 de junio de 2019

Autobús

Imagen de Free-Photos en Pixabay
Una caja gigante nos lleva o nos trae, según cada quien vaya o venga, todos juntos pero aislados, en silencio, pensando nada más, porque es el momento de pensar. ¿Qué otra cosa se puede hacer en la caja? El futuro físico es un destino en alguna calle en la ciudad, pero todos vamos pensando en un destino más allá, en lo intangible del futuro luego de la esquina o la parada. ¿Qué será de nosotros en cada caso?
Nunca me he preguntado qué es del destino de cada quién cuando se baja en su parada, pero ahora que lo pienso, encuentro inquietante la perspectiva. Yo solo voy al encuentro de mi intrascendente rutina, otra vez a vivir lo mismo que viví ayer, viajando al ya muy conocido pasado del trabajo, cuya permanencia se extiende hacia el futuro sin límite definido, pero como ya conozco mi destino, no me causa ni emoción ni ilusión. Ahora, sin embargo, me muero de envidia, me carcome la duda, porque me pregunto cuántos de quienes me acompañan en mi solitario viaje van a encontrarse con el episodio importante de su existencia, en tanto yo aquí, escribiendo en el teléfono para matar el tedio en los cuarenta minutos de tránsito. Es difícil adivinar quién se mueve en la caja para encontrarse a partir de su parada la vida que ahora no tiene, o que se mueve precisamente para mantener a flote esa vida; todos con la misma neutralidad en su expresión, todos entre tristes y decepcionados, todos simbólicamente muertos por cuarenta minutos… nada que ver por aquí.
Es tanto mi tedio y mi angustia por saberme desprotegido ante el destino, que es aburrido hasta la muerte, que necesito descargar en ti, querido lector, mis dudas y mis desgracias, porque justo eso hacen los escritores: trasladar a quien no lo ha pedido, pero lo ha buscado (si no, ¿quién te manda a leer?), ese peso colosal de la consciencia propia. Justo por eso, la próxima vez que vayas en autobús, angústiate por el estancamiento de tu vida y pregúntate quién de tus desconocidos vecinos sí va a buscarse un destino, no como tú, que sigues allí, encerrado en esa caja día tras día. Y también pregúntate si aquel al que ves tan ensimismado en su teléfono escribe para liberarse de su tedio y, burlándose, descargarlo en ti.

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